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lunes, 23 de julio de 2018

EL SEGUNDO CEREBRO, LA MICROBIOTA INTESTINAL


El eje intestino-cerebro ha empezado a abrir nuevas posibilidades de modular la microbiota intestinal, mediante la administración de probióticos, prebióticos, simbióticos e incluso trasplante fecal, para beneficio de enfermedades neurológicas y del comportamiento. Aunque es evidente que a día de hoy, ni la enfermedad de Alzheimer ni el autismo, por ejemplo, se resuelven con la ingesta de microorganismos vivos, la extrapolación de sus potenciales beneficios en el intestino hacia el cerebro podría jugar un papel en el alivio o mejora de síntomas en el ámbito neurológico, considera Guillermo Álvarez Calatayud, presidente de la Sociedad Española de Probióticos y Prebióticos (SEPyP) y pediatra del Hospital Infantil Gregorio Marañón de Madrid, quien señala que “seguramente se pueda empezar a hablar de una microbiota cerebral, como la hay de la piel, del aparato respiratorio, aunque actualmente sólo se debe considerar la posible relación entre intestino y cerebro”.



Lo cierto es que el 95 por ciento de los microorganismos que nos colonizan están en el intestino, especialmente en el grueso. El papel de esas bacterias dentro del delicado equilibrio homeostático asegura un adecuado desarrollo y funcionamiento de los sistemas inmune, endocrino y nervioso, recuerda Mónica de la Fuente, catedrática de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid. “En animales libres de gérmenes, creados en el laboratorio para que nazcan sin microbiota, se ha constatado el mal funcionamiento de los sistemas homeostáticos y se ha comprobado que desarrollan todo tipo de enfermedades”.

Bidireccional

La relación entre intestino y cerebro es bidireccional y se recorre por diferentes rutas, como el nervio vago y el epitelio intestinal. Sobre esta última, “se sabe que en las mucosas intestinales, las células inmunitarias están en contacto con la microbiota bien directamente o a través de los productos que generan los microorganismos. Este fenómeno inmune varía dependiendo de la población microbiana, y, además, influye en el resto de células inmunitarias”, expone la profesora. Por otro lado, desde el cerebro también se ejerce un efecto sobre la microbiota, como se evidencia en la secreción de cortisol en situaciones de estrés, o de corticosterona en los trabajos experimentales.
Estos y otros mecanismos fisiológicos se empiezan a desvelar con investigaciones fundamentalmente preclínicas. Así se sientan las bases para explorar la utilidad terapéutica en el ámbito del sistema nervioso central de los probióticos (microorganismos vivos a los que se atribuye algún beneficio en la salud), los prebióticos (que alimentan el crecimiento de esas bacterias beneficiosas) y los simbióticos (una combinación de los dos). “Sin ser la panacea, ni estar implicada en todas las enfermedades, estoy convencida por lo que estamos viendo en trabajos experimentales que la microbiota guarda un gran potencial para mejorar nuestra salud”, argumenta De la Fuente.
Cepas específicas de probióticos serían las encargadas de mejorar
algunos síntomas, pero nunca de resolver la enfermedad de base
Álvarez Calatayud insiste en que, hoy por hoy, las enfermedades neurológicas “no se resuelven con la administración de probióticos”, aunque también explica que hay algunos estudios que ponen de manifiesto que el alivio de los síntomas intestinales que padecen muchos niños con autismo parecen mejorar algunos de sus síntomas comportamentales, a pesar de que “no está indicado administrar probióticos a todos los niños con esta alteración”.
Empieza a surgir, por tanto, un nuevo concepto acuñado en 2011 por investigadores de la Universidad de Cork, en Irlanda: el de los psicobióticos; probióticos que podrían ejercer un beneficio en enfermedades mentales. Álvarez Calatayud señala que se trataría de cepas específicas que, según estudios experimentales, parecen ser útiles para corregir ciertos síntomas del Alzheimer, del autismo, así como en esclerosis múltiple.
Incluso, hay trabajos que apuntan a una influencia de Helicobacter pylori en los niveles de L-dopa de pacientes con Parkinson, y en una revisión de los referidos científicos de Cork, Timothy G. Dinan y John F. Cryan, se recogía el caso publicado de un paciente con Parkinson que experimentaba una mejora neurológica después de recibir un trasplante fecal por un trastorno gastrointestinal crónico. Con todo, Álvarez-Calatayud advierte de que “es un terreno apasionante, pero que se encuentra en una fase muy experimental, por lo que no hay que despertar falsas expectativas”.

Insomnio en ancianos

La psiquiatría también empieza a manejar el concepto de psicobióticos derivado de análisis, también muy incipientes, del uso de cepas específicas de probióticos y la mejora de algunos síntomas en la ansiedad y la depresión. Mónica de la Fuente comenta que se aprecia un mayor interés por parte de estos especialistas por conocer lo que pueda aportar la modulación de la microbiota en sus pacientes. De hecho, espera iniciar pronto en colaboración con un equipo de psiquiatras un estudio clínico para evaluar el potencial efecto beneficioso de la administración de probióticos a determinados enfermos con ansiedad y depresión.
Igualmente, se indaga en la acción de estos preparados en el insomnio, sobre todo en ancianos. Es, para el presidente de la SEPyP, una situación lógica derivada del paso del tiempo, pues “a medida que envejecemos perdemos diversidad microbiana e ingerimos menor cantidad de prebióticos en la alimentación. De ahí la hipótesis de que utilizar probióticos -psicobióticos en este caso- también podría favorecer un envejecimiento, al menos, más saludable desde el punto de vista físico y mental”.



Disbiosis

Una microbiota variada parece tener implicaciones positivas en nuestra salud, recuerda Teresa Requena, investigadora del Departamento de Biotecnología y Microbiología de Alimentos en el Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL) del CSIC-UAM. Entre los factores que están arruinando esa diversidad y que generan disbiosis, se encuentran los hábitos alimentarios propios de la sociedad occidental, así como el empleo de antibióticos.
Se asume que el parto vaginal es la vía principal de adquisición de nuestros huéspedes microbianos y que en los primeros meses de vida crece la población de anaerobios como ClostridiumBacteroides y bifidobacterias hasta alcanzar, en torno al año, una distribución que se mantendrá más o menos estable en la vida adulta.
Entre las cerca de 2.000 especies de bacterias que se calcula componen la microbiota de cada individuo -por no hablar de hongos, arqueas y virus-, no parece tarea fácil detectar las de perfil beneficioso, si bien las técnicas de secuenciación genómica han allanado esta labor.
La secuenciación genómica ayuda a detectar las bacterias beneficiosas
de entre las  2.000 especies de cada microbiota personal
En el terreno de la investigación se han detectado cepas concretas de especial interés. Sin dejar el ámbito de la enfermedad mental, un ejemplo aportado por Requena es Lactobacillus rhamnosus GG, cepa en la que se ha observado capacidad para reducir los niveles de estrés inducidos por corticosterona y para mejorar los síntomas en modelos múridos de ansiedad y depresión.

Eludir la inflamación en esclerosis múltiple a través del metabolismo del triptófano

Eludir la inflamación en esclerosis múltiple a través del metabolismo del triptófano. La esclerosis múltiple es otra de las enfermedades neurológicas que podrían beneficiarse de la modulación de la microbiota intestinal. En mayo, aparecía en la revista Nature un trabajo realizado en el Hospital Brigham and Women, en Boston, donde se explica esa conexión. El estudio muestra cómo los bioproductos generados por ciertos microorganismos intestinales pueden actuar directamente sobre la microglía y prevenir la inflamación. En concreto, revela cómo al descomponer los alimentos en triptófano, ciertas bacterias generan moléculas antinflamatorias capaces de cruzar la barrera hematoencefálica y por tanto de limitar el efecto neurodegenerador. Estas observaciones se han llevado a cabo tanto en modelos murinos como en células de pacientes con esclerosis múltiple, y coinciden con un efecto similar descrito recientemente en la enfermedad de Alzheimer y glioblastoma.

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