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miércoles, 7 de agosto de 2019

CUIDADOS DE LA PIEL CON 60 AÑOS

Si hay algo en lo que todas las personas coincidimos es en que no nos agradan los signos que el paso del tiempo deja en nuestro organismo, sobre todo en la piel. Desde la antigüedad buscamos sin cesar la fuente de la eterna juventud pero, como bien sabes, a estas alturas aún no hemos dado con el milagroso remedio que evite el proceso de envejecimiento, pero si hay una clave infalible, tengas la edad que tengas, para mitigar la huella de los años en tu cuerpo, es cuidar tu piel a diario, y mimarla para que esté siempre sana.
Nadie puede detener el paso del tiempo y sus efectos sobre la piel, pero sí hay una serie de pautas que te ayudarán a que se encuentre más sana y luzca mucho mejor. La primera es mantener la piel limpia. Para ello te recomendamos que laves bien tu rostro por la mañana y por la noche aunque, en vez del jabón habitual, es recomendable que utilices uno específico para tu tipo de piel, o bien uno enriquecido con productos naturales tales como aceite de coco o cacao.


Como parte de la limpieza de la piel del adulto mayor no podemos olvidar la exfoliación, que es una de las pautas imprescindibles que debes seguir para que tu piel esté sana. Puedes utilizar uno de los muchos exfoliantes que venden en cualquier tienda especializada, o bien elaborar uno casero a base de productos naturales como, por ejemplo, zumo de limón con azúcar, o aceite de oliva mezclado con trocitos de almendras. Para aplicarlo, masajea suavemente tu cuerpo y tu rostro con él durante unos cinco minutos, y después acláralo con abundante agua tibia. Si tu piel es normal, basta con realizar este proceso una vez a la semana; en el caso de pieles sensibles y secas, para no castigarlas, hay que realizarlo una vez cada dos semanas.
El siguiente paso sin duda es la hidratación. Recurre para ello a los numerosos productos cosméticos específicos para tu edad y tipo de piel que existen en el mercado, o bien a las cremas hidratantes habituales. Lo importante es que sigas este hábito a diario –después de haber limpiado o exfoliado la piel– aplicando la crema en el rostro, cuello y resto del cuerpo, y haciendo hincapié en aquellas zonas que notes más secas o que estén enrojecidas. Pero recuerda que la hidratación no se limita a las cremas, y que también es importante hidratar la piel desde el interior, para lo que no tienes por qué limitarte al agua, sino que puedes complementar tu hidratación con zumos de frutas o cremas de verduras, así como con compuestos naturales como la levadura de cerveza o el aceite de onagra.


Además de estos tres pasos hay otras muchas claves que te ayudarán a que tu piel no se seque y esté más tersa, hidratada y suave como, por ejemplo no fumar, reducir las horas de exposición al sol y, por supuesto, cuidar tu alimentación.
La aparición de arrugas y la flacidez de la piel son, sin lugar a dudas, los signos más evidentes del envejecimiento cutáneo, pero para entender por qué se producen lo primero es conocer la composición de nuestra piel y cómo le afecta la edad.
La piel es un órgano más de nuestro cuerpo –cuya función es defendernos de los diferentes agentes externos que nos atacan de forma negativa– y que es, además, el órgano más grande que tenemos, ya que su superficie es de hasta casi dos metros cuadrados. Cuando hablamos de la piel solemos asociarla con su capa más externa, la epidermis, pero además de ésta existen otras dos más: la dermis y la película hidrolipídica o hipodermis. En la composición de todas ellas, como en el resto de nuestros órganos, están presentes diferentes tipos de células y tejidos.
Cuando somos jóvenes lo habitual es que nuestra piel tenga una apariencia flexible y turgente. Ello se debe en gran medida a que las fibras que la componen tienen una gran capacidad de retener agua, capacidad que van perdiendo con el paso del tiempo. Como consecuencia de ello, la piel pierde hidratación, deja de estar tersa, y los surcos de expresión empiezan a marcarse, convirtiéndose en arrugas. 
Que somos lo que comemos es algo de lo que ya nadie duda. Los alimentos son fuente de numerosas propiedades beneficiosas para nuestro organismo y, por supuesto, también lo son para nuestra piel. Por ello, el cuidado de ésta pasa por una alimentación sana y equilibrada en la que puedes incluir algunos de los alimentos que te detallamos a continuación, que se consideran antiaging y buenos amigos de la piel.

Frutos rojos:

Moras, fresas, arándanos, frambuesas… Todos los miembros de la familia de los frutos rojos son ricos en antioxidantes y vitamina C. Los primeros minimizan los daños de los radicales libres que atacan las moléculas y las membranas celulares, acortando su vida y acelerando de esta forma el proceso de envejecimiento de nuestra piel; y la vitamina C, además de antioxidante, es un excelente cicatrizante natural y facilita la síntesis del colágeno.




Chocolate negro:

Ahora sí que tienes una razón contundente para comer chocolate, y es que el cacao es uno de los protectores naturales más efectivos contra los rayos UV debido a su elevada concentración de flavonoides antioxidantes.




Frutas y verduras de color amarillo, naranja, rojo y verde:

Los especialistas coinciden en que para proteger la piel nuestra dieta tiene que ser a todo color. Si ya hemos hablado de los frutos rojos y del chocolate negro, las siguientes en la lista de la compra tienen que ser las frutas y verduras de colores amarillos, naranjas, rojizos y verdes como son, entre otros, la zanahoria, el melocotón, el mango, el albaricoque, la papaya, el melón, el tomate, el kiwi, las espinacas, los espárragos o el brócoli. La razón es que todas ellas son ricas en beta-carotenos que potencian la producción de la melanina, que son las células que protegen la piel del sol y que harán que ésta luzca en verano un bonito bronceado.




Aguacate:

Entre sus numerosísimas propiedades, su alto contenido en vitaminas D y E y en minerales tales como el magnesiohierro y calcio hacen de esta fruta uno de los aliados infalibles de nuestra piel. Prueba de ello es que no sólo se recomienda su ingesta, sino que el aguacate está presente también en la composición de numerosos productos cosméticos.




Vitaminas del grupo B:

Todas ellas influyen de forma directa en los procesos de renovación celular, en concreto, el ácido fólico (B9), la riboflavina (B2), la niacina (B3), el ácido pantoténico (B5), y la piridoxina (B6). Cada una de ellas tiene una función específica: el ácido fólico está relacionado con la renovación celular, la niacina participa en la síntesis de la queratina, la riboflavina actúa, entre otras, contra la seborrea, y la piridoxina está vinculada al metabolismo del cinc, un mineral que está presente en nuestra epidermis para protegerla de la oxidación, participar en la síntesis del colágeno, o facilitar la síntesis de la vitamina E. Por regla general, este grupo vitamínico aparece en alimentos de origen vegetal como son las frutas frescas, las verduras, los frutos secos, las legumbres, o la levadura de cerveza, y en alimentos de origen animal como el pescado, los huevos, el marisco o los lácteos.




Avena:

Los cereales son unos excelentes aliados de nuestro organismo, ya que son de los pocos alimentos que contienen todos los aminoácidos esenciales, pero en lo que a la piel se refiere la avena es el cereal rey. Ayuda a que la piel se mantenga hidratada y es el más efectivo a la hora de resolver las alergias cutáneas.




Uvas:

El resveratrol es uno de los antioxidantes más potentes que existen en la naturaleza; además de esto, las uvas retrasan la aparición de los signos del envejecimiento porque protegen el colágeno y la elastina de la piel.




Algas:

Los oligoelementos, minerales y vitaminas presentes en las algas benefician a nuestra piel protegiéndola de los agentes externos y previniendo las infecciones. Al igual que el aguacate, son muchos los cosméticos elaborados a partir de ellas.




Ácidos grasos omega-3:

Evitan la deshidratación y son agentes antiinflamatorios. Los ácidos grasos omega-3 están presentes en los pescados azules (atún, caballa, salmón o sardinas) y en las nueces, la soja, o el germen de trigo.



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