Los ácidos grasos en sangre y algunos microorganismos presentes en las heces y, por tanto, en el intestino, parecen desempeñar un papel importante en la regulación del peso corporal, hasta ahora desconocido, actuando de forma sinérgica en relación con el resto de factores relacionados con la dieta.
Así lo ha visto un equipo de investigación de la Universidad de Oviedo, en colaboración con el Instituto de Productos Lácteos (IPLA), organismo dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en un trabajo que acaba de ser publicado en la revista Food Research International.
Los investigadores han visto que las personas con un mayor consumo de alimentos con omega 3, como los pescados grasos, presentan mayores concentraciones en sangre de ácido eicosapentaenoico (EPA) y, a la vez, menor riesgo de obesidad, según destaca Sonia González, profesora de la Universidad de Oviedo y coordinadora del estudio.
González recuerda que la obesidad es un grave problema de salud pública cuya incidencia se ve incrementada a un ritmo vertiginoso y que “el abordaje tradicional, centrado en el impacto de uno o varios componentes dietéticos sobre el peso corporal, parece insuficiente para dar respuesta a este problema”.
Explorar nuevas vías
Ante este panorama se ha visto necesaria la búsqueda de nuevas vías que permitan explicar la relación entre la dieta y la obesidad; de ahí la línea de investigación iniciada por este equipo multidisciplinar de la Universidad de Oviedo. La determinación de los ácidos grasos libres en suero ha sido realizada por especialistas del Área de Inmunología, mientras que los investigadores del IPLA procedieron al análisis de los microorganismos presentes en heces, que son un reflejo de los microorganismos presentes en el intestino. “En el grupo Dieta, Microbiota y Salud del ISPA, realizamos la puesta a punto de todo el proceso y analizamos la implicación de la dieta, con especial atención en el papel de los ácidos grasos y de los componentes de la microbiota intestinal, en el peso y la obesidad”.
Para la integración de todas estas variables se aplicaron procedimientos de inteligencia artificial, coordinados por Susana Díaz, del Departamento de Ingeniería Artificial de la Universidad de Oviedo. Esto ha sido clave para establecer unas ecuaciones a través de las cuales se pueden definir unos puntos de corte deseables de estos ácidos grasos en sangre y de estos microorganismos, lo que resulta de interés para futuros proyectos de intervención que verifiquen los resultados. En el estudio fueron incluidos 66 casos.
”Vimos que los individuos con una mayor ingesta de pescado graso y, por tanto, de ácidos omega 3, presentaban mayores niveles de ácido eicosapentaenoico y menos riesgo de obesidad, con cambios en la población bacteriana. Y vimos también como dato interesante diferencias entre hombres y mujeres, con poblaciones bacterianas diferentes. Por ejemplo, observamos que en el caso de las mujeres con normopeso las concentraciones de bifidobacterias eran mayores”.
Este trabajo puede tener aplicación directa en el diseño de estrategias frente a la obesidad y el sobrepeso, “evitando la restricción en el consumo de determinados alimentos, como los pescados grasos que tienden a eliminarse de las dietas hipocalóricas combinados con diferentes probióticos de manera personalizada. Quizá haya que tener en cuenta aspectos cualitativos de la dieta, no solo cuantitativos, o bien pensar en determinados suplementos”, señala Sonia González.
Y es que las grasas consumidas con la dieta procedente del pescado pueden tener un efecto beneficioso de manera independiente de las calorías que aportan, “para lo cual ha de estar supervisada médicamente y ajustada a las necesidades de cada persona, de acuerdo con su metabolismo y, como se ha señalado, acorde con su condición de hombre o de mujer”, indica esta especialista, quien explica que, además, el efecto del pescado graso puede mejorarse con el consumo de algún probiótico.
Impacto en obesidad
El papel de los ácidos omega 3 en la prevención cardiovascular, así como en el estrés oxidativo y en la inflamación, es ya bien conocido; sin embargo, en la modificación de la microbiota intestinal y en la obesidad había pasado hasta el momento más desapercibido; “de ahí el interés de seguir profundizando en su estudio para incorporarlos a las estrategias de abordaje de la obesidad”. La Universidad de Oviedo ha iniciado ya un estudio para observar el impacto de estos factores en la obesidad mórbida.
El trabajo actual, financiado por la Fundación Alimerka y las Ayudas Grupin, forma parte de la tesis doctoral de la investigadora Tania Fernández Navarro, del área de Fisiología del Departamento de Biología Funcional de la Universidad de Oviedo.
Artículo de Covadonga Díaz publicado en Diario Médico.
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