Que la dieta mediterránea era buena ya lo sabíamos. Los científicos empezaron a observar, ya en los años cincuenta del siglo pasado, que los europeos del sur tenían mejor salud, y lo atribuyeron a su forma de comer. Pero una cosa es observar y otra demostrar. Y la prueba acaba de mostrarse. El 25 de febrero, la revista 'The New England Journal of Medicine' publicó los resultados del estudio Predimed (Prevención con Dieta Mediterránea), el mayor ensayo médico realizado nunca en España. Los 7.500 participantes, personas con alto riesgo cardiovascular, fueron divididos en tres grupos al azar; a los dos primeros se les instruyó para que siguieran una dieta mediterránea tradicional, en un caso suplementada con aceite de oliva virgen extra y en otro, con frutos secos. Al tercer grupo se le recomendó una dieta baja en grasas. Tras cinco años de seguimiento, la conclusión fue clara: la dieta mediterránea -con aceite o frutos secos, da casi igual- redujo en un 30% los infartos, ictus y muertes por causas cerebrovasculares. El efecto de la dieta mediterránea fue tan espectacular que el comité que asesoraba el estudio les pidió que lo suspendieran por razones éticas: no se podía seguir privando al grupo de control de los beneficios de la dieta mediterránea.
En el estudio Predimed han trabajado desde 2003 más de un centenar de científicos de 19 grupos de investigación españoles. Los voluntarios proceden de Andalucía (Málaga y Sevilla), Navarra, País Vasco, Cataluña, Valencia, Baleares y Canarias. El coordinador de la Red Predimed, el catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra Miguel Ángel Martínez González (Málaga, 1957), estará hoy en Granada para participar en el foro 'Nutrición y enfermedad cardiovascular' organizado por la Fundación Iberoamericana de Nutrición e IDEAL. La cita es en la sede de la Confederación Granadina de Empresarios (c/ Maestro Montero, 23, a las 20.00 h).
La dieta mediterránea se caracteriza por un consumo generoso de aceite de oliva, frutas, verduras, frutos secos y cereales; moderado de pescado y aves; y bajo de lácteos, carnes rojas o procesadas y dulces. Está permitido un vaso de vino tinto al día.
Los 7.447 voluntarios nunca habían sufrido una enfermedad cardiovascular, pero todos tenían más de 55 años y casi la mitad eran diabéticos y, de la otra mitad, sumaban al menos tres de los factores de riesgo de esas enfermedades: obesidad, tabaquismo, antecedentes familiares, hipertensión, colesterol 'malo' alto o colesterol 'bueno' bajo. Muchos de ellos estaban siendo tratados con fármacos para controlar el colesterol, la diabetes o la hipertensión.
La ventaja de asignar a cada grupo una de las tres dietas al azar y de trabajar con una muestra tan grande es que se consigue que, en todo lo demás, los tres grupos sean iguales y, por tanto, las diferencias que se vean entre ellos se deben de manera causal a las diferencias en la dieta», explica el especialista a IDEAL.
El doctor Martínez subraya que el estudio ha sido financiado por el Instituto de Salud Carlos III, dependiente del Gobierno español, y no por la industria alimentaria. No obstante, el aceite de oliva y los frutos secos que se regalaban periódicamente a los voluntarios para suplementar su dieta fueron aportados por empresas españolas y norteamericanas.
Los investigadores están muy satisfechos. «Un 30% de reducción del riesgo es más de lo que consiguen muchos tratamientos farmacológicos de prevención -asegura el médico-. Nunca se había tenido para la dieta una evidencia tan fuerte de reducción del riesgo en prevención primaria, es decir, en personas que no habían tenido antes un infarto ni un ictus.
Muy pocos infartos
El estudio concluye que apenas hay diferencias entre una dieta mediterránea suplementada con aceite de oliva virgen extra y otra con frutos secos: en ambos grupos, se produjeron 8 infartos, ictus o muertes por motivos cardiovasculares por cada mil personas y año, mientras que en el grupo de control hubo 11 eventos cardiovasculares. El especialista puntualiza que ambas tasas de enfermedad cardiovascular son bajas para una población de riesgo. A su juicio, ello se debe a que en el grupo de control el consejo de seguir una dieta baja en grasa tuvo un efecto relativo -no todos los voluntarios hicieron régimen- pero al menos tuvo alguno. Una característica importante del estudio es que no se limitó a preguntar a los participantes qué comían, sino que se les realizaban periódicamente análisis de sangre y orina para corroborarlo. Eso, junto al seguimiento cada tres meses por parte de un dietista, encareció mucho el trabajo.
La base de datos obtenida con este estudio es tan vasta que dará para seguir investigando 20 años más. Y se sigue ampliando, porque, aunque ya no se controle la dieta de los voluntarios, sí se vigilan sus historias clínicas. Así, los investigadores esperan contar pronto con más resultados, por ejemplo, sobre los efectos de las diferentes dietas sobre el peso o su influencia en otras enfermedades, como el cáncer. «Los estudios de cohorte son el paradigma emergente en investigación médica -señala el profesor-. Antes había muchos trabajos con ratas, en laboratorio... Ahora se trabaja con un laboratorio vivo».
Buenas, pero grasas
Pero el proyecto Predimed también tiene sus limitaciones: entre otras cosas, la capacidad protectora de la dieta mediterránea frente a los problemas cardiacos y circulatorios en personas sanas, sin alto riesgo, se puede suponer, pero no ha sido probada.
Y existe el peligro de que alguien haga una lectura errónea del estudio: no se trata de servirse «doce hamburguesas regadas con aceite de oliva virgen extra y acompañadas de un plato de frutos secos». No hay que olvidar que los suplementos recomendados tienen un elevado índice calórico: el aceite de oliva virgen extra posee muchas virtudes, pero no deja de ser 100% grasa, por lo que se aconseja consumir no más de 50 gramos al día (cuatro cucharadas), mientras que las nueces, almendras y avellanas contienen cerca del 60% de lípidos y se recomienda tomarlas con moderación, 30 gramos o seis unidades al día.
En todo caso, recuerda Martínez, no es habitual excederse en este tipo de alimentos, porque en ambos casos producen sensación de saciedad. Y matiza: el aceite debe ser virgen extra, que tiene propiedades antiinflamatorias y antioxidantes de las que carece el 'normal'.
A su juicio, el aceite de oliva es uno de los elementos de la dieta mediterránea que aún mantenemos, igual que -más o menos- el consumo de frutas, verduras y pescado. Los mayores incumplimientos se producen en cuanto a las legumbres -tomamos pocas- y, sobre todo, en el exceso de carne roja y procesada (hamburguesas, salchichas...), lácteos y bebidas con azúcar.
«Cada vez seguimos más el patrón norteamericano, y eso está demostrado que se traduce en obesidad, diabetes, hipertensión... -lamentó-. Por desgracia, el dinero que se gasta la industria alimentaria que vende esos productos insanos es muy superior al que se invierte en campañas de prevención de salud pública. Estamos en inferioridad de condiciones, pero tenemos razón: esperemos que, al final, pase lo mismo que con el tabaco. Queda mucho por hacer».